Hoy llueve. Veo las gotas resbalar por los cristales de mi ventana mientras empiezan a empañarse. Un momento de paz y silencio…
Respiro hondo, levanto los brazos e intento desentumecer mis músculos estirándolos bien fuerte. Recuerdo entonces ese momento en el que nos sorprendió la lluvia mientras salíamos a por un café. Las primeras gotas parecían inocentes, pero rápidamente se convirtieron en enormes gotarrones imposibles de esquivar. Nos miramos, reímos y echamos a correr buscando refugio. Se nos escapaba la risa a la vez que maldecíamos la coincidencia. No tardamos en encontrar un sitio en el que protegernos, pero ya estábamos empapados. Levanté la mirada y vi como resbalaban las gotas por tu cara, sin pensarlo, acerqué mi mano a tu cara para secar una de ellas, la que estaba más cerca de tus labios.
Te quedaste quieto, con la mirada fija en mis ojos, mientras seguías sonriendo. El contacto de mi mano con tu piel hizo que me recorriera un escalofrío por todo el cuerpo, quería más. Quería seguir recorriendo tu cara, tu cuello, agarrarte fuerte. Pero lo único que hice fué retirar mi mano y seguir charlando como si nada hubiera explotado en mi interior.
Noté como el agua seguía bajando por mi pelo, ladeé la cabeza y con mis manos, lo removí un poco. El agua que tenía se convirtió en pequeñas gotas que flotaban en el aire. Al poner derecha de nuevo la cabeza, un mechón mojado de mi pelo se quedó enganchado en mi mejilla y sin tiempo a reaccionar, tu mano se posó suavemente sobre él y lo recolocaste tras mi oreja, aprovechando el mismo movimiento para que las yemas de tus dedos acariciaran mi nuca.
Te miré y en ese momento me aterroricé. Una voz tras de mi, me devolvió la serenidad: “Perdonad, ¿me dejáis pasar?”
“Adelante, pasa, y ya que estás, llévate contigo mi corazón antes de que haga una locura.” pensé.
Y hoy, después de todo el tiempo que ha pasado desde ese instante, la lluvia sigue recordándome a ti y en cómo, por eso, volví a encerrarme en mi refugio, en mis muros de hielo y en mi laberinto particular. Para que no puedas encontrarme. Nada entra, nada sale. Recuerda, la luna pertenece a los diablos, y tu, no eres más que un simple humano.