La Opera (fragmento primer capítulo)

Adrián se quedó tumbado en la cama, viendo como Aurora salía por la puerta de la habitación, sin hacer ruido y con un simple “adiós”. Eran poco más de las cinco de la madrugada de un jueves. Ese pequeño viaje de dos días había sido su prueba de fuego, y había fracasado. Se levantó de la cama para coger los pantalones del pijama de su maleta. Faltaban 3 horas para que el despertador sonara y el mundo volviera a girar a su alrededor, como si nada de eso hubiera sucedido. Se sentía torpe, le estaba costando conseguir ponerse el pantalón sin tambalearse y sus ojos le pesaban tanto, que ni siquiera enfocaba bien para ver la etiqueta que le indicaba dónde iba la parte de delante y dónde la de atrás. Renunció a conseguirlo y los lanzó, con cierta rabia, al suelo enmoquetado de esa habitación de hotel. Se tumbó de nuevo desnudo en la cama, rebuscó entre el desorden de su propia ropa la arrugada sábana y hundió la cabeza en una de las almohadas, aún tibia por el calor de sus cuerpos. Cerró la luz y los ojos. Todo su cuerpo se estremeció y no pudo evitar que se erizara su piel, el olor de ella, el de su piel y su cabello, emanaba de cada rincón de esa cama. Finalmente, el cansancio le venció y se quedó totalmente dormido.

Aurora llegó a su habitación agotada. El pequeño trayecto desde la de Adrián hasta la suya se le había hecho eterno y no paró de repetirse a sí misma que había sido una locura. Tras cruzar la puerta y cerrarla tras de sí, empezó a desnudarse camino de la cama, dejando la ropa repartida por el suelo y sin molestarse en encender la luz. Hacía unas horas había hecho eso mismo pero eran las manos de él las que, con precisión, le quitaban esa molesta barrera entre sus cuerpos. Ni siquiera se le pasó por la cabeza intentar llegar a su maleta y sacar el pijama, se dejó caer directamente en la cama. Una cama impoluta y con las sábanas perfectamente planchadas como hacía años que no veía. Su cuerpo se estremeció al contacto con el frío algodón, su piel aún no se había enfriado tras haberse encendido horas antes. Se tapó con la sábana y hundió la cabeza en la almohada mientras resbalaba una insultante lágrima por su mejilla. En menos de 3 horas, sonaría el despertador para recordarle que su vida seguiría ahí, sin posibilidad de escapar de ella. Finalmente, el cansancio la venció y se quedó dormida hecha un ovillo.

El sonido de la insistente alarma obligó a Adrián a recuperar la conciencia. ¿Ya? no puede ser, si me acabo de tumbar, pensó. Su cerebro le daba órdenes, pero su cuerpo no parecía querer atenderlas. Con gran esfuerzo, se dio la vuelta, quedando sus piernas enredadas en la sábana que le cubría. A su derecha, una mampara de cristal reflejaba la luz del sol y le mostraba una enorme ducha. Esa sería su salvación. Hizo acopio de toda la fuerza que tenía y se levantó para llegar a ella. No se esperó a que se calentara el agua, se metió directo dejando que las heladas gotas chocaran contra su cuerpo y le obligaran a reaccionar. A medida que el agua dejaba de estar tan fría, sus músculos empezaron a relajarse y sintió que su cabeza se aclaraba. Entonces, su mente le jugó una mala pasada, obligándole a recordar lo que había hecho esa noche y, lo peor de todo, hacerle sentir bien por lo que había gozado. Demasiados años sin sentirse así de vivo, así de deseado. Demasiados años sin recordar lo mucho que disfrutaba del sexo y de lo mucho que le gustaba hacer disfrutar. Y ella… Aurora había conseguido hacerle sentir eso y mucho más. Pero debía centrarse… Eso no debía volver a ocurrir. Pero, ¿y ella? ¿Qué habría sentido ella? ¿Le habría gustado? ¿Había disfrutado tanto como él? ¿Se estaría arrepintiendo? Él no se arrepentía, solo sabía y aceptaba que no debía volver a suceder. Pero, ¿arrepentirse? No. No sentía que debiera. ¿Cómo reaccionaría ella cuando se vieran esa mañana? ¿Cómo debía reaccionar él? Coraza. Exacto, eso mismo, desplegar su coraza y conseguir que ella pensara que no había sido nada más que sexo. Solo eso. No hay que mezclar emociones, por qué no las hay. ¿Porqué no las hay? Porqué no debe haberlas. Entonces, ¿las hay o no las hay? ¡Cállate! le gritó Adrián al agua. Al salir de la ducha, Adrián vio que en su móvil parpadeaba una luz azul. Un whatsapp de Aurora en el grupo común avisaba de que ella ya bajaba a desayunar y que se reuniría con el resto en la ópera. Lo había enviado hacía veinte minutos. En ese momento contestó en ese mismo grupo Alicia:

  • ¡Me acabo de levantar! Intento llegar cuanto antes. ¡Qué desastre!

¿Qué hora era? Se suponía que debían estar todos a las nueve y cuarto asistiendo a una clase magistral y quedaban poco más de veinte minutos. Para eso habían hecho ese viaje a Budapest desde Barcelona, para poder aprovechar la oportunidad de aprender de una de las mejores pianistas de Europa: Goethe Rapsburn.

  • Acabado de ducharme. Voy directo cuando termine de vestirme. – Escribió finalmente Adrián.
  • Más vale que os deis prisa. – Escribió Roberto, el cuarto componente del viaje. – Goethe ya ha llegado y Marion está preguntando por vosotros.

Aurora estaba esperando el taxi en la puerta del hotel con un café, el segundo de la mañana, en sus manos. Su móvil le avisó de que el whatsapp se estaba llenando de mensajes. Tras leer el de Roberto y ver como se acercaba su taxi, contestó.

  • Yo ya salgo, llego en 10 minutos.

Sentada en el asiento de ese coche, Aurora no sabía si le dolía más la cabeza o el estómago. Hacía mucho tiempo que no bebía tanto alcohol y su cuerpo se lo estaba haciendo pagar. Además, no podía dejar de recordar cada instante de esa noche, forzándose a recuperarla toda y rellenar alguno de los huecos que tenía. El primer beso.. ¿Cómo demonios pasó? Recordaba la música, estaba bailando con Alicia, Roberto, Adrián y los otros 3 chicos franceses, un simple “voy al baño” seguido de un “yo también”. ¿Unas escaleras? Si, eso, los baños estaban justo bajando esas escaleras de caracol que, debido a su grado de alcoholemia, se le hicieron difíciles de bajar. Una mano cálida la cogía y la ayudaba entre risas “te vas a caer, torpona”. Era Adrián, que también iba al baño. Justo unos minutos antes, le recordó su cerebro, cuando habían ido a por una copa y estaban hablando, él había utilizado como excusa el volumen de la música para pasar su mano por su espalda y acercarse a ella. Aurora no había puesto ningún tipo de resistencia. La mano de Adrián, de forma sutil y disimulada, empezó a descender. Primero su cintura, donde se detuvo unos instantes mientras seguían charlando como si nada estuviera sucediendo. Aurora siguió sin mostrar ningún atisbo de resistencia ni interés. La mano de de él bajó hasta llegar a su nalga pasando a ejercer un poco más de presión. Sólo se quedó ahí unos segundos, pero ya había conseguido que el corazón de Aurora estuviera latiendo sin control.

  • Señorita, que ya hemos llegado. – Dijo el taxista en un inglés precario.

Aurora se sobresaltó. Estaba tan ensimismada recordando ese momento, que no se había dado cuenta de que el taxi llevaba unos minutos parado frente a la ópera de Budapest. Con el corazón latiendo igual que lo hizo la noche anterior, pagó al taxista y se dirigió rápidamente al hall, quedándose ahí contemplando la escalinata de moqueta roja. La ópera de Budapest… Majestuoso edificio neorrenacentista inaugurado en 1884 por el mismísimo Francisco José I, emperador de Austria y rey de Hungría. Cuatro años más tarde, fallecería, siendo, hasta ese momento, el cuarto reinado más largo de la historia de Europa. Del linaje de los Habsburgo-Lorena, fue un ferviente impulsor de las artes y luchó toda su vida para mantener el imperio unido. Curiosamente, sería recordado más por ser el esposo de la famosa Sissí, una princesa de Baviera a la que la vida de la corte consumió, que por él mismo.

  • ¿Sabías que Sissí le buscó una amante a su marido? – Lucas, uno de los del grupo francés, se quedó de pie al lado de Aurora, con las manos en los bolsillos y la vista en el techo dorado.
  • Mira que bien, debió quedar encantado pues de que su mujer tuviera esa iniciativa.
  • De hecho no, eso le dolió mucho.
  • ¿Le era fiel a ella?
  • No.
  • ¿Entonces?
  • Una cosa es que te busques amantes para llamar la atención del otro, por desesperación, porque a quien amas no te hace caso. Otra es que este otro lo acepte y encima te busque voluntarias. – Lucas bajó la cabeza y fijó la mirada en los ojos de Aurora – ¿Cómo te sentirías tú?

Aurora no contestó. Además, ¿quién era ella para juzgar a nadie sobre sus asuntos amorosos? Sobre todo después de la pasada noche… Lucas sonrió. Era un chico joven, 20 años recién cumplidos, y todo un virtuoso del piano. Por lo poco que había conocido de él durante la cena, estaba claro que, además, era un chico extremadamente inteligente. Hablaba 5 idiomas perfectamente: francés, castellano, italiano, inglés y alemán. Pero al contrario de lo que podría parecer, no era un pedante. No era un chico especialmente alto, Aurora medía 1,60 y él no le sacaba más de un dedo. Sus facciones aniñadas y extrema delgadez, no lo hacían especialmente atractivo, pero sus enormes ojos azules y su carácter lo compensaba con creces.

  • ¿Dónde se han metido los otros? – Roberto bajaba por las escaleras a toda prisa. Se le veía nervioso. – Ya es la hora.

Justo en ese momento, llegaron corriendo Alicia y Adrián y, sin mediar palabra entre ellos, todos juntos se dirigieron a la gran sala. Con capacidad para hasta 2400 espectadores, cuando fue construida, rivalizó directamente con la ópera de Viena. La platea, rodeada de palcos, desemboca en un enorme escenario enmarcado con una preciosa cortina negra con ribetes dorados. Una primera fila a nivel más tres pisos le dan una amplitud y altura aturdidora. En su parte central, justo encima de la puerta de acceso, el gran palco imperial, ocupando dos pisos de altura para ellos solos. Todo decorado con detalles renacentistas y barrocos en pan de oro. Destaca especialmente su techo con frescos de Karoly Lotz, representando el Olimpo y los dioses griegos. Justo en medio de esas enormes pinturas, cuelga una lámpara con miles de cristales, iluminando con múltiples tonalidades amarillas cada rincón. En las butacas de la primera fila estaban sentados el resto del grupo francés, al que se unió rápidamente Lucas. Aurora, Alicia, Roberto y Adrián, ocuparon otras más. Marion, la coordinadora del curso, estaba sentada en el borde del escenario y parecía enojada. Con casi setenta años de edad y más de cuarenta a sus espaldas como concertista, era una persona disciplinada que se exigía a sí misma tanto o más que a sus pupilos. Aurora y el resto del grupo, se sintieron avergonzados. Estaba claro que la salida nocturna había llegado a sus oídos y sus demacradas caras de resaca eran un claro reflejo del exceso cometido. En medio del escenario un piano de cola de color negro y un taburete de terciopelo rojo, esperaban pacientemente. Las luces se apagaron, quedando solo iluminados esos dos objetos. Del flanco derecho salió una mujer delgada, con semblante serio, pelo recogido en una cola y de unos 50 años. Iba vestida con un traje negro y andaba con cierta cojera. Sin decir ni una palabra, se sentó frente al piano y tras unos segundos sin moverse, posó sus manos sobre el teclado y empezó a tocar. Todos reconocieron rápidamente la piezas, era la Sonata para piano nº 18 en re mayor de W.A. Mozart. Esa es una de las piezas que, si eres capaz de tocar, demuestran al mundo que eres un pianista de alto nivel. Sus alternancias de ritmos junto con los cambios de velocidades y digitaciones, hacen de esta pieza una de las de mayor dificultad. Goethe no solo la estaba tocando de forma magistral sino que lo hacía de memoria, sin ninguna partitura en la que apoyarse y, la mayor parte del tiempo, con los ojos cerrados.

Adrián estaba sentado al lado de Roberto y a su derecha, una butaca vacía. Al lado de Roberto, Alicia, y cerrando la fila, Aurora. Él estaba ensimismado escuchando a Goethe, observando sus dedos bailar por encima del teclado con la misma precisión con la que lo habían hecho los dedos de Aurora sobre su piel. Volvió a estremecerse, pero disimuló. En ningún momento fijó su mirada en Aurora ni buscó la suya. ¿Estaría haciendo ella lo mismo que él? Cuando llegó a la ópera, ella estaba en el hall con el chico francés y ni siquiera se dio la vuelta para mirarle. Es cierto que él tampoco había hecho nada para motivar ese encuentro visual, debía seguir con su coraza, pero ¿y ella? ¿También se había puesto una coraza o es que realmente no le había dado ninguna importancia a lo sucedido? La cabeza de Adrián empezó a desconectar de la música y notar cierta angustia. Sintió la tentación incontrolable de mirarla, pero no tenía forma de hacerlo sin cambiar su posición. Se removió ligeramente en su butaca y se dobló hasta llegar a uno de sus pies, atándose uno de sus zapatos a la vez que giraba la cabeza para poder llegar a verla. Ahí estaba, inmutable, con la vista fijada al escenario. Con esos preciosos labios y esa boca que le habían hecho enloquecer con su tacto. Ese largo y lacio pelo castaño que le caía y bailaba por los hombros cuando estaba encima de él. Y esos pequeños ojos azules que se abrían y cerraban al ritmo del mismo placer que él le daba. Toda ella era como una ópera, con mil matices, placer y dolor en una misma composición, algo de lo que sabes que seguro que acabará con tragedia pero no puedes evitar querer llegar hasta el final. ¡Basta! se gritó a sí mismo en silencio mientras se reincorporaba. No se volverá a repetir. Le dijo a su cerebro. No vas a tirarlo todo por la borda. Se exigió mientras volvía a concentrarse en la música.

Aurora estaba intentado mantener la concentración, pero su cabeza le exigía seguir recordando cada minuto de la noche anterior. ¿Dónde se había quedado? Ah, si, esa mano en su nalga… Adrián la había retirado suavemente, ocultos de cualquier mirada gracias a la cantidad de gente anónima que les rodeaba en el bar y la oscuridad del mismo. Ella era perfectamente consciente de que había sido eso: un tanteo. Adrián estaba comprobando si esa tensión sexual que hacía meses que les ataba, era o no correspondida. Ese gesto, acompañado de una conversación banal sobre si era mejor el formato de papel o de ipad para leer las partituras, era suficientemente evidente. En ese momento, recordó, llegó Alicia dando botes al ritmo de la música disco y se lanzó sobre Aurora para abrazarla.

  • ¡Esto es una pasada! Que ganitas tenía de estar de fiesta contigo. – Le gritó cerca de la oreja.

Se reunieron de nuevo con el resto del grupo y entonces fue cuando dijo que quería ir al baño. El “Yo también” de Adrián y el “Os esperamos aquí” de Roberto. Caminaron sin tocarse, esquivando gente e intentando no perder el equilibrio. La escalera de caracol y su torpeza, la ayuda de Adrián. Al llegar abajo, un pasillo ancho e igual de oscuro que la sala, la música resonaba en esas paredes y los sentidos de Aurora estaban totalmente aturdidos. La primera puerta era la del baño de los hombres.

  • ¿Me esperas para volver? – Le preguntó Aurora a Adrián.
  • Claro, aquí estaré.

Bien, esa parte la tenía muy clara. Entró en el baño, estaba vacío. Necesitaba vaciar su vejiga cuanto antes. Como cualquier baño de discoteca, la pulcritud y limpieza brillaban por su ausencia. Sobre todo, no toques nada. Se dijo a sí misma. Al acabar, se lavó las manos y volvió al pasillo. Ahí, a pocos metros, estaba Adrián, de pie y con los brazos en jarra. Justo detrás, la escalera de caracol. Seguían estando solos. Cuando estaba llegando a su altura, él giró su cabeza para mirar por la escalera pero no parecía tener intención de subir.

  • ¿Qué buscas? – Le preguntó ella.

Sin mediar palabra, le cogió la cara y la besó. Fue un beso largo, apasionado y húmedo. De nuevo, ella no opuso resistencia y se dejó llevar, devolviéndole ese beso y cogiéndole con fuerza por la cintura. Adrián había hecho ese gesto solo para comprobar que no bajaba nadie por la escalera en ese momento. Aurora sintió que sus mejillas empezaban a enrojecerse al recordar ese instante. Se puso las manos en la cara y suspiró tan fuerte que Alicia se giró para mirarla.

  • ¿Estás bien?
  • Si, si. Perdona, es que…
  • Brutal, ¿verdad? Esta tía es lo más. – Alicia le había dado su coartada ante tal reacción.

Ambas volvieron a orientar su atención en el escenario. Aurora se centró, y se convenció a sí misma de que eso no debía volver a suceder. Lo de Adrián, como el argumento de toda buena ópera trágica, era algo que no podía terminar bien de ninguna de las formas. Además, siempre acaba siendo la chica la que acaba muerta o abandonada. Él era una caja misteriosa de la que no sabía nada más que aquello que él le había querido mostrar. Una aria que, siendo la pieza más bonita de la ópera, cuanto la escuchas por primera vez, no puedes evitar querer descubrir todos sus matices. ¿Cómo se te ocurre hacer esto? Eres imbécil. Se dijo a sí misma. A su llegada al hall, ella había ignorado su presencia. Había levantado su coraza para evitar que volviera a aparecer una lágrima estúpida en su mejilla. Pero lo peor de todo es que, no se arrepentía. Admítelo, le dijo su subconsciente, lo volverías a repetir. Quieres volver a perderte entre sus ojos verdes mientras te sujeta fuerte, notar de nuevo su aliento en tu nuca y enredar tus dedos entre su negro pelo. Volverás a caer. Y sin querer, sonrió.

One Comment

  1. Pedro Lafuente

    Cambio de tono respecto a los libros anteriores manteniendo el estilo fresco. Me ha gustado mucho pese a las reticencias iniciales. Muy buena pinta.

    Enhorabuena por todo el trabajo

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