Mármol

Tengo muchos recuerdos vinculados al frío, duro e inmutable mármol. Son recuerdos bonitos, tiernos, tristes, divertidos y, en algunos casos, borrosos.

De mármol era la pica de lavar los platos de casa de mis abuelos. Era un trozo grande, muy grande de hecho. Estaba gastado de tantos años y de la erosión del agua. Ahora fría, ahora caliente, para lavar platos, para lavar ropa… Recuerdo las manos de mi abuela acariciando esa pica y diciendo: sé que debería cambiarla por una de nueva y más moderna, pero el metal jamás podrá sustituir el olor de la piedra.

De mármol eran las mesas del bar en el que siempre quedábamos con un buen amigo para tomar café en Sant Cugat del Vallès. Tardes de invierno, charlando viendo las gotas resbalar por los finos y viejos cristales del local. Tardes de verano, en la terraza, bajo el sol, contando trenes pasar. Y mil historietas explicadas y aventuras imaginadas, dibujando con los dedos sobre la piedra amarillenta de las mesas.

De mármol eran también las mesas del Marsella, ese sitio icónico de Barcelona, en donde muchas noches de sábado empezábamos la fiesta con los amigos. Eran de color blanco y tenían ribetes brillantes. Hacían juego con la mugre que colgaba de las paredes del local y su reflejo en el verde de la copa de absenta, acababa haciendo que lo viera todo un poco borroso.

De mármol es la lápida de la tumba en dónde descansan mis abuelos, lo padres de mi madre. No tuve el valor de ver como la cerraban cuando enterraron a mi abuelo, y lloraba tanto cuando fue a mi abuela a la que metieron tras esa piedra, que casi ni la recuerdo. Pero lo que no se me olvidará jamás es el ruido que hizo cuando la arrastraron para cerrarse tras de mi. Era seco y arenoso. Era la confirmación de que jamás volvería a ver a mi segunda madre.

Y del mármol más duro, pesado y viejo, es la losa que durante muchos años arrastré sobre mi cabeza. Hasta que un día decidí bajarla con mis manos. La limpié, la pulí, y ahora es una mesa estupenda en dónde dejar descansar todos esos recuerdos y los que están por venir. Sobre ella, siempre habrá una copa de absenta preparada para cuando la ocasión lo valga, el álbum de fotos con todas esas caras que no quiero olvidar y una libreta en blanco para escribir en ella lo que yo quiero que suceda.

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