Ésta mañana, como cada día desde que dura éste encierro, mi nueva rutina con el primer café tras abrir los ojos se basa en salir a la terraza aún con el pijama puesto. Sola, dejando perder la vista en la nada y pidiéndole al aire que me despierte antes de que el sol toque los cristales de casa y desaparezca la luna del cielo.
Algo me ha llamado la atención, una mancha negra en la pared del edificio de delante. Me fijo bien, la mancha toma forma y veo claramente que se trata de un gato negro que se mueve poco a poco en la cornisa de una ventana. Lo reconozco, es el gato del patio de abajo. Pero, ¿qué demonios hace ahí? Está a 4 pisos de altura, en la repisa de una casa que no es la suya y a la que para llegar, o se ha convertido en murciélago por la noche y ha llegado volando o resulta que es capaz de retar la ley de la gravedad como ningún otro gato es capaz de hacer. Está como a 100m de distancia, pero veo sus ojos. Brillan como si aún fuera de noche, y me mira fijamente. No hay nadie más ahora mismo aparte de él y yo, pero está demasiado lejos, no puedo ayudarle. Intenta dar la vuelta sobre si mismo y mi corazón da un vuelco cuando veo que una de sus patas le falla y está apunto de caer.
No puedo hacer nada. Sé que ésa ventana da a una cocina, he visto a su habitante más de una vez preparando la cena o el desayuno. ¿Dónde está? ¿Porqué no se levanta ya?
Pasan los minutos y el gato negro sigue ahí, aguantándose con sus cuatro patas en esa pequeña repisa, pero no parece nervioso. Ni siquiera su pequeño traspiés le ha hecho temblar. Dentro de mi casa, la vida empieza a despertarse y tengo que entrar a preparar los desayunos de mis pequeñas. “No te muevas. Espera quieto. No te arriesgues” le susurro al gato negro.
Al cabo de un rato, vuelvo a salir al balcón y busco de nuevo la mancha en la pared. Ya no está… No hay ni rastro de él. La ventana sigue cerrada y no veo movimiento tras de ella. Con cierto nerviosismo, miro en el suelo de la calle y, aliviada, veo que no está. No ha caído. Entonces, ¿le han abierto y le han ayudado a entrar? ¿o se ha arriesgado y ha conseguido salir de ahí él solo?
En ese momento me ha venido a la cabeza cuántas veces he sido yo ese gato negro, cuántas veces he puesto en riesgo todo para estar ahí arriba, sintiéndome pájaro en vez de persona. Y cuántas más lo haré, porqué prefiero arriesgarme a volar sin que nadie me abra una ventana a quedarme siempre de pié en el suelo.
Me ha gustado ( lo cual no es una sorpresa porque ya me gustó hace un año 😜).
Como siempre me gusta lo que escribes y poco a poco no odio lo que leo.