Los hay de hielo y los hay de fuego. Aunque todos nacieron en el infierno, los hay que no soportaron el calor que suponía estar tan cerca de los humanos y huyeron a las frías estancias del vacío.
Lo más lejano, pero cercano a la vez, acabó siendo la cara oculta de la Luna. En ella se construyeron sus castillos de roca y hielo, sin puertas, nada entra, nada sale. Un sitio inmune a las emociones, oculto a la vista de los otros diablos y de los humanos. Una vez te destierras en ese oscuro lugar, no hay vuelta atrás.
Una vez conocí a un diablo de fuego. Cuando le pregunté porqué se había quedado tan cerca de los humanos, permitiendo que le hirieran y le perturbaran, me contestó: “porqué no puedo evitar amarlos”. Y cuando él me preguntó porqué había decidido yo irme al lado oculto de la Luna le contesté: “porqué yo tampoco puedo evitar amarlos”.
Entonces, ¿qué nos diferencia? Que a él no le daba miedo amarlos, que le hirieran o poder herirlos. Que su naturaleza no se veía afectada por su conducta, sus palabras o sus gestos. En cambio yo, no podía soportarlo más, y me daba cuenta de que mi naturaleza se debilitaba y les dañaba o me dañaban incluso más de lo que debía. Así que, ¿qué mejor forma de evitar eso que congelando las emociones y los recuerdos? Nada entra, nada sale.
Y así, mientras, nadie me ame, no amaré. Mientras nadie me dañe, no dañaré.
Simplemente me encanta!